Sant Miquel es un pueblo pequeño, con edificios modernos en el arrabal, que ha crecido impulsado por el desarrollo del turismo y donde podrá encontrar numerosos servicios alineados a lo largo de su calle principal. El lugar de visita obligada es la iglesia fortificada, construida en el siglo XV sobre una colina que, al igual que en Santa Eulària, se denomina Puig de Missa. La altitud permite disfrutar de unas vistas maravillosas del campo y los bosques de la costa norte.
En la subida al templo se concentran los talleres de conocidos artesanos, como Darío Bome (trabajos en cuero) o los orfebres Natasha Collis y Alberto Citterio. Al final de la calle de la iglesia, junto al templo y el hotel rural Can Pardal, encontrarán el emblemático estanco de Can Xico de Sa Torre, que se mantiene como hace un siglo y que es ideal para hacer un alto en el camino.
Xescu Prats
Frente a la histórica taberna, una pequeña plazoleta con un mirador y una estatua en bronce que rinde homenaje al poeta ibicenco Marià Villangómez (1913-2002), obra de la escultora vasca Lourdes Umérez. Los paisajes de Sant Miquel eran los favoritos del literato.
En los alrededores encontrarán preciosas calas, la torre defensiva de Balansat, la zona turística del Port de Sant Miquel, la Cueva d’en Marçà y un singular manantial, el Pou d’Albarqueta, donde el domingo siguiente a la festividad de Santa María (5 de agosto) se celebra una fiesta popular con baile folclórico.
Pese a que la iglesia es fortificada, los corsarios no provocaron tantos estragos en Sant Miquel como sí hicieron en otras áreas de Ibiza, gracias a la costa escarpada que dificultaba los desembarcos. De hecho, frente a las calas cercanas se produjeron varios naufragios de importancia. El más destacado tuvo lugar en 1547, cuando un galeón se hundió en la zona del Port de Sant Miquel, provocando la muerte de 60 tripulantes, entre ellos la esposa y los hijos del virrey de Mallorca. Otras dos docenas de pasajeros lograron sobrevivir.