La iglesia de Sant Antoni es, tras la Catedral, la segunda más antigua de la isla. Fue concebida como lugar de culto y sólida fortaleza frente a las invasiones berberiscas. El primer templo fue autorizado por el arzobispado de Tarragona en 1305, erigido durante el siglo XIV y reformado en el XVI. La torre, de planta poligonal y con almenas en alguno de sus lados, se levantó en el siglo XVII.
Cuando los corsarios aparecían en el horizonte, los vigías hacían señales de fuego y humo o sonaban un cuerno de forma característica. Entonces, según explica el profesor Marià Torres, corrían a refugiarse a la iglesia. Por eso el templo no tiene ventanas. Las puertas eran de hierro, para que no se pudieran quemar, y una gruesa viga de sabina las bloqueaba por dentro. En el recinto existía también un pozo de agua potable por si el encierro se prolongaba durante días. Si los enemigos se acercaban al templo, los lugareños les rociaban con aceite hirviendo desde el campanario.
Está documentado que en 1847 la torre todavía disponía de dos cañones que apuntaban hacia Sa Conillera. Se utilizaron por última vez en 1818 para intentar hundir dos barcos de contrabandistas gibraltareños.
La iglesia cuenta además con una parte exterior cubierta, el porxo, y un amplio patio donde los habitantes del municipio se contaban las últimas novedades a la salida del culto, tradición que aún hoy se mantiene en todas las parroquias. En su interior podrán contemplar los retablos de San Roque y de la Virgen del Rosario, así como una talla de San Vicente Ferrer del siglo XVII.