La muralla renacentista que encierra el barrio de Dalt Vila es el monumento más importante de la isla. Su construcción, ordenada por el rey Felipe II, se inició en 1555 siguiendo las trazas del ingeniero italiano Giovanni Batista Calvi y concluyeron a final de siglo. La ciudad contó con murallas desde la más remota antigüedad y el nuevo proyecto rodeó y amplió la fortificación medieval existente. A diferencia de las fortalezas de la edad media, conformadas por torres enlazadas por muros, la estructura renacentista está constituida por siete baluartes (construcciones con forma de punta de flecha), situados a distintas alturas, unidos por lienzos de murallas y dotados de casamatas (refugios interiores para la artillería).
El recinto amurallado se planificó en plena confrontación de la corona española con Francia y el Imperio Otomano. Su desarrollo tuvo lugar en un momento de la historia en que las islas eran asediadas por los turcos y sus aliados: los corsarios de Argel. Las casas de campo y los arrabales de la ciudad sufrían constantes ataques y sus habitantes eran a veces asesinados e incluso secuestrados para comerciar con ellos. El proyecto, en un principio, contemplaba el refuerzo de la muralla medieval pero la amenaza que en la década de 1540 suponía para todo el Mediterráneo la presencia del corsario Hayrredín Barbarroja, almirante de la flota turca, convirtió la defensa de Ibiza en una prioridad e impulsó la creación de unas murallas a prueba de artillería.
Durante la construcción, obreros y maestros no sólo se enfrentaron a innumerables dificultades técnicas. Hizo falta, además, una flota de galeras para proteger las canteras, situadas en los islotes camino de Formentera, que suministraban la piedra de mayor calidad, ya que los piratas argelinos querían evitar a toda costa la edificación y las atacaban regularmente. En los momentos de mayor asedio, se recurría a la arenisca de la costa de Ibiza, menos sólida. Por eso, las murallas conservan distintos tipos de piedra.
La fortaleza ocupa la parte alta de la ciudad, abarca una superficie de 10 hectáreas y cuenta con un perímetro de 1.800 metros. Los ángulos de tiro fueron planificados al detalle, de forma que cada baluarte, pese a no poder protegerse a sí mismo, salvaguardara con su artillería el que se situaba a cada lado. El resultado fue lo suficientemente imponente para que los corsarios nunca se atrevieran a tratar de conquistarla, aunque durante siglos continuaron asediando los arrabales de la capital y los pueblos de la isla.
El conjunto histórico posee cinco entradas, aunque su acceso principal se sitúa en el puente levadizo del Portal de ses Taules, junto al Mercat Vell, en el barrio de La Marina. Una rampa empedrada conduce hasta él y se encuentra flanqueado por dos estatuas romanas: la diosa Juno y el guerrero Cayo Julio Tirón, réplicas de dos piezas originales de mármol que se conservan en el Museo Arqueológico. La traducción de la leyenda latina del escudo superior reza: “Siendo Rey Felipe, católico e invictísimo de las Españas y las Indias orientales y occidentales, fueron construidas las murallas en beneficio de esta isla. SCMR gobernador y capitán general, noble D. Fernando Sanoguera. Año 1.585”.
Atravesado el portal se accede a la plaza de armas (finales s. XVI), conocida popularmente como “El Rastrillo”. Está compuesta por un soportal con diez arcos de medio punto, que alberga una gran chimenea donde se situaba el cuerpo de guardia. Este recinto de piedra, en el que también observarán un balcón renacentista, albergó el primer mercadillo hippy de Ibiza.
A partir de aquí, puede iniciarse un fabuloso recorrido de baluarte en baluarte, sobrevolando la ciudad y disfrutando de las vistas hacia el puerto y Formentera. Un buen punto de arranque es el baluarte de Santa Llúcia, que sobrevuela el barrio de Sa Penya y alberga el antiguo polvorín, construido en el siglo XVIII. Aquí tuvo lugar un trágico suceso, causado por un rayo que detonó 370 quintales de pólvora, provocando la muerte de 15 personas y múltiples daños en viviendas, iglesias y conventos. Ocurrió en 1730 y desde entonces aquella fecha se recuerda como “el año del trueno”.
Desde Santa Llúcia se desciende sobre el adarve de la muralla (Ronda Narcís Puget Viñas), pasando por encima del Portal de ses Taules y alcanzando el baluarte de Sant Joan, que sobrevuela el barrio de la Marina y acoge el Museu d’Art Contemporani, antigua sala de armas de la Fuerza Real de Ibiza, y dos garitas de vigilancia. La estructura del baluarte fue modificada en los años 60 del siglo XX para crear la única entrada de vehículos del recinto (segundo acceso que encontramos en este recorrido).
Siguiendo por el adarve (Ronda d’Antoni Costa Ramon) se desemboca en la Plaça del Sol, desde donde se contempla la Plaça del Parc y el centro de la ciudad. Aquí está el acceso al tercer baluarte, el de Sant Pere, también llamado es Portal Nou, ya que así se conoce otra entrada peatonal al recinto (tercera que encontramos), situada junto al parque Reina Sofía, protegida por un orejón circular y erigida en el siglo XVI. Recientemente restaurado, el baluarte cuenta con un escenario donde se organizan eventos culturales.
La casamata del baluarte de Sant Pere también alberga un centro de interpretación sobre la construcción de las murallas. Sobre él, se sitúa el Cavaller de Sant Lluc, una plataforma sobreelevada donde se ubicaba fuego de artillería.
A partir de aquí, el adarve es cuesta arriba (Ronda Calvi) y desde él se domina la zona de es Puig des Molins. A medio camino encontramos el baluarte de Sant Jaume, que también alberga en la casamata un centro de interpretación sobre las armas que se utilizaban para defender la fortaleza. El tramo de muralla que va desde este baluarte al siguiente de Sant Jordi, siguiendo por la Ronda Calvi, permite observar restos de la antigua muralla musulmana y de varias torres desenterradas por los arqueólogos.
Los dos siguientes baluartes, Sant Jordi y Sant Bernat, están unidos por la Ronda de la Almudaina y tras ellos se sitúa el Castillo, hoy en rehabilitación para acoger el futuro Parador de Turismo de la isla. Son los dos baluartes más elevados y desde ambos se disfrutan unas vistas extraordinarias de Platja d’en Bossa y de Formentera. Entre ambos se sitúa también la entrada al túnel peatonal de es Soto Fosc (s. XVI), que desemboca en un parking exterior a la muralla, por lo que muchos visitantes inician su visita por este punto (cuarto acceso).
Al último baluarte, el de Santa Tecla, sólo puede accederse desde el interior del Museo Arqueológico, ubicado en la Plaça de la Catedral. Su casamata alberga distintas salas del museo. A sus pies se sitúa el Revellín, un semibaluarte que alberga la quinta entrada, un túnel que enlaza es Soto Fosc con la Plaça d’Espanya, donde se sitúa el Ayuntamiento. Fue construido en los años 30 del siglo XX, durante la Guerra Civil española. Esta zona enlaza de nuevo con el baluarte de Santa Llúcia, donde se inicia este recorrido.