Fenicios, púnicos, romanos, bizantinos, vándalos, árabes y cristianos han dominado Ibiza a lo largo de su historia. La importancia estratégica de la isla en el Mediterráneo, equidistante entre la costa peninsular y el norte de África, la convirtió en objetivo de grandes civilizaciones e imperios.
Durante siglos y milenios, los ibicencos se vieron sometidos a culturas dispares y tuvieron que defenderse de piratas y saqueadores. La necesidad, asimismo, los convirtió en campesinos, pescadores y marinos excepcionales. Así hasta la llegada del boom turístico, a mediados del siglo XX, que permitió a los pitiusos recuperar su raíz fenicia y transformar el modesto universo insular en una sociedad próspera y abierta al mundo, con la libertad como bandera.
Eivissa púnica
Según ponen de manifiesto distintos yacimientos arqueológicos, Ibiza pudo estar poblada desde aproximadamente el año 5.000 antes de Cristo. Sin embargo, no fue hasta la llegada de los fenicios, en el siglo VIII a.C., cuando la isla se convirtió en un enclave estratégico del Mediterráneo. En esa época se crea el asentamiento de la península de Sa Caleta, en Sant Josep, de naturaleza industrial y próximo a las lagunas saladas, que se mantiene hasta los inicios del siglo VI a.C.
Aiboshim, ciudad de Bes, actual Eivissa, fue fundada en el siglo VII a.C. y desde el principio se convirtió en un punto clave de la ruta comercial fenicia. El asentamiento se hallaba situado en un punto equidistante entre el norte de África y los Pirineos, imprescindible para el intercambio con las colonias griegas de Mesalia (Marsella) o los yacimientos de metales de la península Ibérica.
Según los historiadores, la ciudad estuvo ocupada de forma ininterrumpida desde el 2700-2600 a. C., hecho que la convierte uno de los entornos urbanos más antiguos del Mediterráneo occidental y el primero del archipiélago balear. Sin embargo, fueron los fenicios quienes la fortificaron. Construyeron sus edificios en torno a la zona portuaria y también en el interior, donde los artesanos erigieron sus fábricas.
La necrópolis de Puig des Molins ya era usada por estos primeros pobladores, cuyos enterramientos se hacían por incineración, a diferencia de los cartagineses, que inhumaban a sus muertos en hipogeos (grutas excavadas en la roca).
Con la llegada de los púnicos de Cartago, cuya colonización se inició alrededor del 550 a.C., la población pasó de 2.000 a 5.000 habitantes, especialmente en la denominada época clásica (540-200 a. C.). Los cartagineses transformaron aquel modesto y antiguo centro de distribución portuaria en un enclave con producciones propias destinadas a la exportación. La ciudad estaba dividida en cuatro grandes áreas: la acrópolis, con unas murallas ya importantes, el puerto, el sector industrial y la zona de Ses Figueretes, que dejó de ser agrícola para integrarse en el tejido de las manufacturas.
De la Ibiza rural, por su parte, se aprovechaban las tierras fértiles para cultivar y criar ganado y la rica fauna de la costa para pescar. Mientras tanto, de las salinas se extraía auténtico oro blanco: la sal, una moneda de cambio vital para comerciar con territorios vecinos.
De Aiboshim a Ebusus
La ocupación romana de Mallorca y Menorca, en el año 123 a.C., inició el declive de la Ibiza púnica. La industria insular entró en un periodo de decadencia, afectada por la caída de las exportaciones, que no volvieron a recuperarse hasta la romanización de Ibiza. Ésta se produjo al ralentí y no supuso cambios dramáticos en la sociedad.
La isla era entonces conocida como Insula Augusta y el antiguo asentamiento fenicio-púnico de la capital es rebautizado como Ebusus. La ciudad incluso llegó a poseer algunos equipamientos característicos de la urbe romana, como el foro, del que se desconoce su ubicación, y se construyeron múltiples infraestructuras por el territorio insular, como el acueducto de S’Argamassa, en Santa Eulària.
De aquellos tiempos remotos todavía llega el eco de las palabras del historiador Diodoro de Sicilia (siglo I a.C.) que, sobre Ibiza, escribió: “Hay una isla llamada Pitiüsa que recibe esta denominación por la gran cantidad de pinos que allí crecen. Estando en alta mar, dista de las columnas de Herakles una travesía de tres días y otras tantas noches, desde Libia un día y una noche, desde Ibéria un solo día… Dividida en llanuras notables y montes, tiene una ciudad llamada Ebesos, colonia de los Cartagineses. Tiene también puertos importantes y considerables paramentos de murallas y un gran número de casas bien aparejadas. La habitan bárbaros de todas clases, pero los más numerosos son los fenicios”.
En el siglo II d.C. se produjo una reconversión del área industrializada de la capital, que pasó a ser zona residencial a causa de las migraciones de muchos campesinos, que abandonaron sus casas ante la inseguridad que se vivía en el interior de la isla. Los últimos tiempos romanos estuvieron marcados por el miedo y la inseguridad de la población, situación que se mantuvo durante toda la etapa denominada antigüedad bizantina, de la que apenas quedan documentos ni restos arqueológicos.
La llegada de los vándalos, en el siglo V, conlleva la decadencia definitiva de la capital, que quedó en estado de semiabandono durante largos periodos
Madina Yabisa
Los musulmanes bautizaron Ibiza como Madina Yabisa y no ocuparon definitivamente la ciudad hasta el 902, tras dos siglos de escaramuzas y épocas de independencia, aunque siempre bajo pacto con el Califato de Córdoba. La llegada de la cultura musulmana implicó la recuperación de la vida urbana y de su papel como centro de todo el territorio de las Pitiüses.
Los árabes reconstruyeron la urbe siguiendo el modelo clásico de la ciudad islámica. El núcleo de poder se estableció en la parte alta, que a su vez fue dividido en dos áreas: la Alcazaba o Castillo, que tenía una función defensiva, y la Almudaina, barrio residencial fortificado donde también se concentraban las instalaciones gubernativas. De esta última aún se conserva parte de su estructura defensiva. En la zona donde hoy se ubica la Catedral, se hallaba la mezquita principal, así como el mercado, los baños y otros servicios, todo conectado por un entramado irregular de empinadas calles y callejuelas. El núcleo urbano estaba rodeado por tramos amurallados separados por torres.
Fuera del recinto se encontraban las instalaciones del puerto, con el astillero y los almacenes, así como algunos arrabales. Los historiadores calculan que los pobladores de Eivissa en esta época eran alrededor de 2.000 o 2.500 habitantes, la mitad de los que se llegaron a alcanzar en la etapa de máximo esplendor de la ciudad púnica. En el campo, mientras tanto, se trabajaban las tierras y se las dotaban de acequias, albercas y canales, para hacerlas más productivas; una herencia que los ibicencos siguieron aprovechando hasta mediados del siglo XX en Ses Feixes y que aún perdura en Es Broll de Buscastell.
La Eivissa cristiana
En agosto del año 1235, en plena expansión mediterránea de Jaime I de Aragón, El Conquistador, las tropas catalanas comandadas por el arzobispo de Tarragona, Guillem de Montgrí, conquistaron Ibiza a los musulmanes.
Este cambio drástico no implicó, sin embargo, modificaciones importantes en la estructura urbana, ya que los catalanes aprovecharon las construcciones árabes. La mezquita fue reconvertida en iglesia parroquial y se repararon los lienzos defensivos de la muralla. En la primera mitad del siglo XIII comenzó a levantarse la iglesia de Santa María, que siglos después se convertiría en Catedral. Durante la Edad Media también se erigió el primer hospital cristiano: L’Hospitalet.
El centro de la ciudad ocupaba la actual Plaça de la Catedral, donde se ubicaban las sedes de los distintos poderes: militar (Castillo), religioso (iglesia de Santa María) y político (Universitat). Esta última institución fue instaurada en la isla en 1299 por Jaume II de Mallorca, hijo del Conquistador. Contaba con representantes de los distintos sectores de la sociedad ibicenca, que integraban el Gobierno de la isla.
Fuera de las murallas se desarrolló también el barrio de La Marina, en el puerto y sus alrededores, lo que obligó con el paso del tiempo a la construcción de nuevos templos, como la iglesia de Sant Elm. Para defender los arrabales fueron levantados nuevos tramos amurallados, que llegaban hasta el mar. En la Ibiza rural, al mismo tiempo, fueron erigidos cuatro templos fortificados en Sant Jordi, Santa Eulària, Sant Miquel y Sant Antoni, una en cada cuartón, con el objetivo de proporcionar refugio a los campesinos y pescadores de fuera de la ciudad, durante los desembarcos de piratas berberiscos.
Renacimiento y modernidad
La llegada del siglo XVI se caracterizó por la inseguridad en el Mediterráneo occidental, derivada de los constantes ataques de la flota turca y los piratas argelinos. El asedio se focalizaba en el campo pitiuso, aunque el arrabal de La Marina fue saqueado en distintas ocasiones.
Esta acuciante inseguridad supuso un replanteamiento del sistema defensivo de la ciudad. En 1554 llega a Ibiza el ingeniero italiano Giovanni Batista Calvi quien, siguiendo instrucciones de la Corona, desarrolló un proyecto de muralla abaluartada, a prueba de artillería, que seguía las trazas de los antiguos muros medievales, dejando sin protección a los arrabales de extramuros. A Calvi le sustituyó Jacobo Paleazzo, El Fratín, que amplía la estructura de las murallas, integrando en ellas el arrabal del monte de Santa Llúcia. La obra fue terminada a finales del siglo XVI.
Esta gran infraestructura permitió que la ciudad, durante los siglos XVII y XVIII, creciese dentro del espacio protegido, aunque también el barrio de La Marina vivió una notable expansión y surgió un nuevo arrabal a la sombra del baluarte de Santa Llúcia, Sa Penya, ocupado por gentes del mar. Mientras tanto, la creación de la diócesis de Ibiza mediante bula papal, en 1782, y la llegada del primer obispo, Manuel Abad y Lasierra, supuso un importante impulso para la Ibiza rural, ya que se erigieron numerosos templos por toda la isla y se establecieron nuevos núcleos de población.
La llegada de la Ilustración implicó otras mejoras para la ciudad, como el empedrado de calles, la construcción de una posada, nuevas instalaciones de almacenaje de leña y carbón, matadero y carnicería. Asimismo, se construyeron nuevas casas, se instaló agua corriente y se establecieron mercados definitivos en Dalt Vila y La Marina, donde los campesinos del exterior de la ciudad podían acudir a comerciar con su género. En paralelo, se diseñó un plan de defensa del litoral, que supuso la construcción de múltiples torres vigía.
La ciudad afrontó así la llegada del siglo XIX, momento en que se aceleró su crecimiento, con la construcción de nuevos barrios y edificios emblemáticos, como el Teatro Pereira, inaugurado en 1899. Poco después, ya en el siglo XX, se planificó S’Alamera, actual Passeig de Vara de Rey, y se concluyeron las obras del puerto.
El crecimiento, sin embargo, se disparó con la llegada del turismo, a partir de los años sesenta del siglo XX, y se ha mantenido imparable hasta la actualidad. Ibiza se convirtió en una isla libre, dentro de una nación acongojada por una férrea dictadura. La fama de esta tierra trascendió fronteras y océanos, congregando a personas llegadas de todo el mundo, que hicieron de ella su Ítaca. Ibiza fue proclamada territorio de hippies, artistas, soñadores y literatos, que hablaron y escribieron sobre ella sin cesar, proclamando a los cuatro vientos su autenticidad y su belleza.
Medio siglo después de aquel boom, Ibiza sigue siendo el sueño dorado de millones de personas; el lugar donde pueden ocurrir acontecimientos inesperados y maravillosos.