Sant Vicent y sus alrededores fue, en tiempos pasados, el lugar más aislado de Ibiza, ya que no estaba comunicado por carretera. Hoy constituye un pequeño núcleo de población, concentrado alrededor de la iglesia (siglo XIX), con unas pocas casas y algunas infraestructuras públicas, como el colegio o las instalaciones deportivas, así como un bar-restaurante, al que se accede por un camino que parte de detrás de la iglesia.
Casi todos los vecinos viven dispersos por el campo. A corta distancia se encuentra Sa Cala de Sant Vicent, un puerto natural presidido por el islote de Tagomago, con múltiples hoteles y servicios, así como el santuario púnico de la cueva de Es Culleram y el Pou des Baladre, antiguo manantial en el que se celebra un tradicional baile el 8 de agosto.
El historiador Joan Marí Cardona cuenta en sus escritos que la actual Cala de Sant Vicent era conocida en 1478 como la Cala d’en Maians, porque el propietario de la gran hacienda de la zona era Pascual Maians. Éste, a causa de problemas económicos, se vio obligado a subastar aquellas tierras, que permanecieron prácticamente despobladas hasta el siglo XVIII, coincidiendo con la gran explosión demográfica registrada en la isla. Hasta entonces, la zona se consideraba los confines de Ibiza, donde no había trabajo ni comida para quienes no poseían tierras.
Un siglo después, en 1840, recién rematada la iglesia, Sant Vicent contaba con 580 habitantes y era la parroquia con menos feligreses. Sin embargo, en los albores del siglo XX, la localidad pasó a ser conocida como el punto de amarre del cable telegráfico que unía Ibiza y Mallorca y por el encanto de su pequeño pueblo de pescadores, privilegiado por la amplia cala con salida directa al mar. En los años 60 se convirtió en un núcleo urbano volcado en el turismo, que todavía conserva su enorme atractivo y que en invierno representa una balsa de quietud.