Este pueblo diminuto y tranquilo se transforma en los soleados días de enero y febrero y en sus noches de luna llena en lugar de peregrinación. Muchos residentes de la isla acuden al Pla de Corona, la llanura que precede a a la villa, a contemplar el espectáculo único de los almendros en flor. La misma costumbre siguen numerosos artistas, con el objetivo de inmortalizar en sus lienzos la magia del manto blanco, que brilla como la nieve.
El pueblo en sí posee un par de bares, la tienda de un artesano del cuero y la iglesia (siglo XVIII), ya que las viviendas se hallan dispersas por el llano, al igual que la escuela y las instalaciones deportivas. No dejen de visitar el bar de Can Cosmi, con su pequeña tienda de comestibles, que se mantiene ajena a los imperativos de la modernidad desde hace décadas. Tampoco abandonen la zona sin recorrer el llano y asomarse al mirador de los islotes de Ses Margalides.